- El mundo interno adolescente: un territorio a veces desconocido
¿Qué masculinidad estamos transmitiendo? - Un llamado a mirar y acompañar
El éxito de la serie Adolescencia no es casual. No solo captó la atención del público por su trama dramática, sino porque logró poner en agenda un tema que muchas veces se deja de lado: el complejo, intenso y vulnerable mundo de los y las adolescentes.
La psicóloga Eugenia Moscardó, con experiencia en la atención de adolescentes, analiza el impacto de la serie y lo que nos dice sobre el lugar que los adultos ocupamos —o dejamos de ocupar— en esta etapa de la vida.
“Creo que la serie generó tanto impacto porque nos pone frente a una verdad incómoda: muchas veces, para que algo nos sacuda, tiene que pasar una tragedia”, señala Moscardó.
El hecho de que se necesite una situación extrema como la que presenta la serie (un adolescente que mata a una compañera) para generar debate público, nos habla del poco espacio que se le da a la adolescencia en el discurso social cotidiano.

La profesional plantea que, si bien en el ámbito de la crianza se habla mucho de la primera infancia, hay poca demanda en torno a la adolescencia, a pesar de ser una etapa igualmente fundamental.
“Es un momento en el que se redefine la identidad, se toma distancia del mundo adulto para construir un yo propio, y donde la red de pares cobra un peso enorme. Pero es también una etapa atravesada por la angustia, la ansiedad, la necesidad de pertenecer, y los mandatos sobre el cuerpo, la inteligencia o la popularidad”, detalla.
El mundo interno adolescente: un territorio a veces desconocido
Desde su experiencia clínica, Moscardó observa que los conflictos más frecuentes en la terapia con adolescentes están vinculados a los vínculos sociales. “Las habilidades sociales están muy debilitadas.
Hay chicos y chicas que tienen enormes dificultades para relacionarse, para poner en palabras lo que sienten, y eso les genera un sufrimiento muy profundo. La presión por encajar, por no quedar afuera, por responder a un estereotipo, es enorme”, explica.

En ese contexto, la psicóloga hace hincapié en el rol de las redes sociales, que complejizan aún más el escenario.
“Muchas veces los adultos no nos interesamos por conocer ese mundo, no sabemos lo que significan ciertos códigos o palabras, y eso hace que estemos completamente desconectados de lo que viven", sostiene.
Sin embargo agrega que, cuando un adulto se interesa genuinamente, el adolescente lo valora muchísimo.
"Ese interés es clave para poder acompañar, para mostrar otras formas de vincularse”, destaca.
¿Qué masculinidad estamos transmitiendo?
La serie también pone sobre la mesa el modo en que se construyen las masculinidades.
Moscardó advierte que, a pesar de los avances en los discursos sobre género, todavía hay mensajes, actitudes y modelos que refuerzan estereotipos de fuerza, dominio o insensibilidad en los varones.
“La baja tolerancia a la frustración, la escasa empatía o la impulsividad que se ven en el protagonista pueden estar relacionadas con esas expectativas de lo que ‘debería’ ser un varón. Y cuando no se logra encajar, eso puede derivar en conductas agresivas, hacia uno mismo o hacia los demás”, dice.

La psicóloga señala también que estas conductas no deben ser interpretadas de manera estigmatizante, sino como señales de alerta que deben ser comprendidas desde la psicología y la psiquiatría, considerando tanto los factores individuales como los contextuales.
Un llamado a mirar y acompañar
Moscardó insiste en que lo más valioso que deja la serie es la posibilidad de abrir conversaciones necesarias.
“No podemos seguir normalizando el encierro, la desconexión, la falta de diálogo con nuestros adolescentes. Necesitan distancia, sí, pero también necesitan adultos presentes, disponibles, que les ofrezcan contención emocional, límites saludables y un ambiente seguro para expresarse”.
Y agrega: “No se trata de caer en el control o el miedo, sino de informarnos, de buscar herramientas para acompañarlos en la construcción de su identidad de una manera saludable y valiosa. Porque ellos, aunque no siempre lo digan, nos necesitan”.
Por último, advierte sobre los riesgos de actuar solo cuando estalla una alarma. “El problema no es hablar del tema cuando ocurre algo grave, sino que después lo olvidemos. La adolescencia debe estar en agenda siempre. No podemos esperar al desastre para empezar a mirar”.
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