Si tu hijo ya cumplió 11 años quizás estés pasando por esta etapa. Una escritora española describió qué cosas implican para una mamá o un papá duelar la niñez de su hijo o hija, una etapa que ya no volverá.
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Cuando hablamos de adolescencia estamos acostumbrados a escuchar y a leer sobre el duelo propio que atraviesan las personas en esta etapa: el paso de la niñez a la vida adulta. De lo que casi no se habla es de esta especie de duelo que atraviesan madres y padres cuando ven que toda una etapa quedó atrás, que sus hijos no volverán a ser niños o niñas.
Esa etapa llega cerca de los 11 años, se despide la etapa del asombro constante, de redescubrir el mundo, de la dependencia de los padres, de la escuela primaria.
La escritora española, Marta Prada, autora de cinco libros y de la cuenta Peque Felicidad en Instagram, reflexiona sobre lo que atraviesan los padres en esta etapa, del vértigo que implica a veces pasar a otra etapa de la crianza, que da nostalgia, un poco de miedo y vértigo.
Compartimos su reflexión sobre esta etapa:
«Un día de que hace tiempo que no juega con sus juguetes. Notas que ya no se escapa para trepar piedras como hacía siempre cuando ia a ese lugar. Ya no te pide que hagas castillos en la arena para jugar ni busca tu mano cuando camina por la calle. Se duerme sin que le leas un cuento y ya no puedes cargarlo»
Se está acabando. Su infancia se está acabando y da vértigo. La crianza también te hizo a ti más mayor y te preguntas y ahora qué?
Tu hijo sigue ahí pero sientes vacío por no volver a sentir las sensaciones de redescubrir el mundo a su lado: su primer helado, su primer día de playa… vértigo de pesar si estás preparada para no ser el centro de su mundo.
Y miedo al darte cuenta que empieza una etapa donde no sabes de qué magnitud será la onda sísmica que dejará la adolescencia.
Has de despedirte de una parte de él y de una parte de tí como mamá: su infancia. Y duele, duele soltar.
Tienes 11 años. Mientras lo asimilo y lo acepto trato de mirarla desde el aquí y el ahora y no dejar de ver y admirar la persona en la que te has convertido. Y me repito: quédate en el presente.
Suelto la infancia, tránsito el dolor de decir adiós a la increíble oportunidad que tuve de vivirla de nuevo a tu lado: ahora con plena consciencia siendo adulta.
Y sonrío porque pude con las noches, con los despertares, con la teta, con las rabietas, pude ¡lo hice! y hoy soy más sabia, más fuerte. La naturaleza me preparó.
Ahora sí estoy lista para vivir a tu lado y acompañarte en la adolescencia.
Abrazo las primeras veces de esta etapa de tránsito hasta la adultez. ¡Pude y sé que podré!
Tu primer viaje, tu primera vez en el cine sin mí, tu primer amor…
Haré lo mejor que pueda como hasta ahora porque hoy sé que si alguien me enseñó de la vida, fuiste tú.
Ser mamá es la forma más pura de amar: es soltar y dar alas, es confiar, expandir, respetar.
Así elijo acompañarte: desde la presencia, la consciencia y la gratitud.
Gracias por todas las segundas primeras veces que viví a tu lado en tu infancia.
Gracias por las que ya me diste y por las que vendrán. Gracias por escogerme para ser tu mamá.