Las rutinas y hábitos en la infancia no solo ordenan el día a día: también ofrecen seguridad emocional, reducen la ansiedad y fortalecen los vínculos. UNICEF y la Sociedad Argentina de Pediatría destacan la importancia de sostener hábitos simples que aporten bienestar y previsibilidad en casa.
Las rutinas diarias, muchas veces vistas como actos cotidianos triviales, tienen en la infancia un poder significativo: aportar orden, predictibilidad y un entorno más seguro para crecer. Cuando los niños saben qué esperar, su mundo se vuelve más comprensible y menos amenazante.
Unicef afirma que los hábitos y rutinas ayudan a simplificar la vida familiar, pues los niños no nacen con noción de tiempo ni espacio: “necesitan seguir una rutina para que su mundo sea más predecible y seguro”.
Seguridad emocional a partir de la previsibilidad
Desde edades tempranas, la consistencia en horarios de comida, sueño, juego e higiene les permite internalizar una estructura temporal: qué viene antes y qué luego. En Unicef Uruguay, por ejemplo, se recomienda que los adultos establezcan horarios regulares de despertar, alimentación, baño y juego, señalando que de ese modo los niños aprenden “nociones de tiempo y espacio”.
Cuando las rutinas se cumplen con moderación (sin rigidez extrema), los niños pueden anticipar eventos, sentirse contenidos y reducir la ansiedad ante lo desconocido. En ausencia de estructuras estables, pueden generar confusión y desbordes emocionales. Unicef lo vincula directamente: un niño confundido tiende a expresarse mediante berrinches, como si sus emociones demandaran ayuda para ordenar lo cotidiano.
Los hábitos que conviene priorizar
Aunque cada familia debe adaptar las rutinas según su contexto, estas son algunas áreas clave para construir hábitos con sentido:
- Hora de dormir y despertar: respetar un horario constante favorece el descanso, regulación emocional y energía para el día siguiente.
- Momentos de comida fijos: desayunar, merendar y cenar con cierto orden promueven hábitos de alimentación saludables.
- Rutinas de higiene (baño, lavado de manos, cepillado dental): el Hospital Garrahan recomienda “respetar una rutina en el horario del baño” como parte del cuidado integral.
- Espacios diarios de juego y lectura: destinar momentos sin pantallas ni presiones para el juego libre o la lectura refuerza el vínculo.
- Transiciones suaves: avisar minutos antes de cambiar de actividad (por ejemplo de juego a baño, de merienda a tarea) ayuda a anticipar y evitar resistencias.
¿Rol de los adultos? Modelar, acompañar y adaptar
Los hábitos no se imponen mágicamente: los adultos son modelos, guías y acompañantes en la construcción de las rutinas. Unicef subraya que es clave que quienes cuidan acuerden previamente qué hábitos quieren impulsar y que permanezcan coherentes en su aplicación.
Por su parte, la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) promueve un seguimiento infantil estructurado desde el punto de vista de desarrollo (lo que incluye dimensiones biológicas, motoras y sociales) como parte del acompañamiento, lo que encaja bien con rutinas organizadas.
Es importante adaptar las rutinas a la edad del niño: lo que puede funcionar con un preescolar no se traslada idéntico a un chico de 10 años. Las transiciones entre actividades deben ser graduales. Además, cuando el contexto cambia (vacaciones, viajes, cambios en el hogar), es útil mantener al menos algunas rutinas como pilares estables.
Beneficios esperables
- Sensación de seguridad: anticipar lo que viene reduce la ansiedad.
- Autonomía creciente: con rutinas interiorizadas, los niños pueden empezar a ejecutar tareas simples sin supervisión constante.
- Mejor convivencia familiar: menos momentos de caos, menos peleas por desorden inesperado.
- Mejor rendimiento emocional: los niños no gastan energía en incertidumbres, sino que la canalizan en explorar y aprender.
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