La Navidad es una época en la que las tradiciones familiares y la magia se entrelazan de forma única, sobre todo para los más pequeños.
El armado del árbol, las luces, los villancicos y la figura de Papá Noel , Santa Claus o el Niño Jesús envuelven a los niños y niñas en un universo lleno de ilusión, en el que la fantasía toma vida. Sin embargo, hay un momento inevitable que toda familia atraviesa: el descubrimiento de la verdad detrás de esa magia. ¿Cómo acompañar a los niños en esa transición sin que la experiencia pierda su sentido?
Según los psicólogos Jorgelina Massobrio y Pablo González, este proceso no es solo un paso inevitable, sino una oportunidad para ayudar a los niños a construir y reinterpretar la realidad a través de estas ficciones culturales.
La clave está en cómo los adultos abordan el tema, cuándo lo hacen y qué tipo de explicación brindan. La transición de la ilusión a la realidad es un proceso que varía en cada familia y en cada niño, y que no tiene una edad o fórmula específica.
El valor simbólico de la ilusión
Papá Noel, el Niño Jesús o los Reyes Magos no son solo personajes mágicos que traen regalos; cumplen una función mucho más profunda en el desarrollo emocional de los niños. Pablo González, psicólogo clínico y educacional, señala que la sensación de exclusividad que estos personajes provocan es clave en la formación del narcisismo positivo en la infancia.
«La idea de que alguien, fuera del círculo familiar, está pensando en el niño, genera una sensación de exclusividad que es muy importante para la formación de su autoestima y su identidad», explica.
Por su parte, Jorgelina Massobrio, del Departamento de Investigación de Psicoanálisis con Niños CIEC-NRC de Córdoba (Argentina), hace hincapié en que esta ilusión no debe ser vista como una «mentira» que se le cuenta a los niños, sino como parte de un universo simbólico que la cultura crea para ellos.
«Al igual que el Ratón Pérez ayuda a tramitar la pérdida de un diente, estas ficciones permiten a los niños interpretar y elaborar su realidad. Son formas que habilitan lazos, que permiten construir significados y manejar emociones como el miedo o la pérdida», asegura.
Massobrio también destaca que los niños no son receptores pasivos de estas ficciones. Al contrario, ellos les dan un significado propio y las integran en su mundo emocional.
«Es importante que los adultos aprendan de los niños y no se limiten solo a lo que dicen los expertos. En los consultorios escuchamos cómo los chicos traen sus fantasías y, a través de ellas, podemos comprender cómo procesan sus deseos, sus miedos y sus pérdidas», comenta la especialista.
Experiencias diversas
Las familias también experimentan de manera distinta este tránsito entre la ilusión y la realidad. Algunas optan por mantener la ilusión hasta que el propio niño comience a hacer preguntas, mientras que otras buscan generar un espacio de diálogo más temprano.
El momento de la develación
Uno de los puntos más delicados en este proceso es el momento en que los niños descubren la verdad. Según los especialistas, esto rara vez sucede de manera controlada. A menudo, los niños escuchan comentarios de compañeros de clase o de familiares mayores, lo que hace que la revelación sea algo abrupta.
Sin embargo, no todos los niños reaccionan de la misma manera. Algunos prefieren seguir creyendo, incluso después de escuchar la verdad, mientras que otros hacen más preguntas y buscan confirmaciones.
Ante la pregunta de cómo acompañar a los niños en este «duelo» de la ilusión perdida, Pablo González sugiere que los padres compartan sus propias experiencias. «Es útil explicarles que nosotros también tuvimos esa ilusión cuando éramos niños, y que aunque descubrimos que no era verdad, eso no cambia el cariño con el que se hacían las cosas», propone el psicólogo.
Jorgelina Massobrio coincide en la importancia de quitarle el peso moral a este momento. «No es una mentira, sino una ficción que nos permite vivir en un universo simbólico. Lo más importante es que el niño no es pasivo en esta ilusión, sino que la construye activamente, dándole su propio significado», concluye.
El valor de la ilusión compartida
Finalmente, los especialistas destacan que la ilusión de la Navidad es también una experiencia que une a las familias.
El armado del árbol, la escritura de la carta y la espera de los regalos son rituales que no solo emocionan a los niños, sino que también permiten a los adultos revivir sus propias experiencias de la infancia.
Esta transición de la ilusión a la realidad puede, por lo tanto, ser un momento de conexión familiar, donde se mantenga el valor simbólico y el cariño compartido, incluso después de que la magia se haya desvelado.
La Navidad, más allá de los regalos y las figuras icónicas, ofrece la oportunidad de enseñar a los niños sobre el amor, la generosidad y la importancia de las tradiciones, acompañándolos en el inevitable pero valioso descubrimiento de que detrás de cada regalo siempre habrá una intención de afecto.