¿Qué pasa cuando los adultos no pueden gestionar sus emociones? El impacto del estrés adulto en la infancia es mayor de lo que se creía.
- ¿Qué es el estrés tóxico y por qué debería preocuparnos?
- Qué dicen los estudios en América Latina
- Cómo se puede evitar o mitigar el impacto
- Qué pueden hacer las familias y las comunidades
En tiempos donde las demandas diarias, la incertidumbre económica y la sobrecarga de responsabilidades afectan a gran parte de la población adulta, es fundamental comprender cómo estos estados de tensión pueden impactar en la niñez.
Cada vez más investigaciones advierten que el estrés crónico no solo tiene consecuencias para quien lo padece, sino que también deja huellas profundas en los niños que conviven en ese entorno.
Dos instituciones de referencia en esta temática, el Harvard Center on the Developing Child y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), estudiaron el fenómeno del llamado “estrés tóxico” en la infancia y sus consecuencias a largo plazo.
La evidencia es clara: cuando los adultos no logran gestionar sus propios niveles de estrés, los más chicos también resultan afectados, incluso a nivel cerebral.

¿Qué es el estrés tóxico y por qué debería preocuparnos?
Según el Harvard Center on the Developing Child, el estrés tóxico se produce cuando hay una “activación fuerte, frecuente o prolongada del sistema de respuesta al estrés en ausencia de relaciones de apoyo”.
Es decir, cuando un niño o niña vive en un entorno con altos niveles de tensión, ya sea por problemas económicos, conflictos familiares, violencia o inestabilidad, sin adultos disponibles que ofrezcan contención emocional, su salud física y mental se ve comprometida.
El documento “Stress Disrupts the Architecture of the Developing Brain” (Harvard, 2024) afirma que este tipo de experiencias pueden interrumpir el desarrollo saludable de la arquitectura cerebral y de otros sistemas corporales, afectando funciones clave como la atención, la memoria, el lenguaje, la regulación emocional y hasta el sistema inmunológico.
Qué dicen los estudios en América Latina
En el caso de la región, investigaciones recientes de Flacso también han alertado sobre los efectos del estrés adulto en contextos de pobreza, precariedad o violencia. Según el III Informe Regional de Salud e Infancia, vivir en hogares con adultos bajo estrés constante incrementa en los niños la probabilidad de trastornos del sueño, bajo rendimiento escolar, dificultades de socialización y cuadros ansiosos o depresivos.
La publicación destaca que el estrés adulto puede traducirse en ambientes poco predecibles, con rutinas alteradas, poca disponibilidad emocional y respuestas punitivas. Todo eso impide que los niños desarrollen vínculos seguros, clave para su bienestar.
Cómo se puede evitar o mitigar el impacto
Lejos de caer en el alarmismo, tanto Harvard como Flacso insisten en que existen formas de prevenir o reducir estos efectos negativos. Una de las más importantes es la presencia de relaciones adultas estables, afectuosas y atentas.
El Harvard Center promueve el concepto de “serve and return”, una metáfora del juego de pelota para describir el ida y vuelta emocional entre adultos y niños.
Cuando un bebé balbucea, señala o muestra una emoción, y el adulto responde de forma cálida y coherente, se fortalece la arquitectura cerebral y emocional del niño.
Qué pueden hacer las familias y las comunidades
En la práctica, esto se traduce en acciones muy concretas que pueden adoptar tanto familias como instituciones:
- Crear entornos predecibles: horarios estables, rutinas diarias y límites claros ayudan a los niños a sentirse seguros.
- Fomentar el diálogo y la expresión emocional: hablar sobre lo que sienten, ponerle nombre a las emociones y permitir que los chicos expresen sin miedo.
- Buscar apoyo para los adultos: terapia, grupos de crianza, redes familiares o comunitarias que ayuden a reducir la carga mental de madres, padres o cuidadores.
- Incluir la salud emocional en las escuelas: desde el nivel inicial, trabajar con juegos, cuentos y recursos educativos que fortalezcan la regulación emocional.
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