La manera en que criamos a nuestros hijos es un reflejo de nuestra propia personalidad, nuestros patrones de comunicación y el nivel de exigencia que manejamos día a día.
- La clasificación de estilos de crianza
- 1. Padres autoritarios
- 2. Padres democráticos o autoritativos
- 3. Padres permisivos
- 4. Padres negligentes
- Equilibrio y reparación, la clave
Comprender estos patrones es esencial, ya que, aunque no existe un manual único, la psicóloga Deborah Bellota analiza cuatro estilos de crianza que influyen de manera distinta en la autoestima, la conducta y las habilidades sociales de los niños.
La clasificación de estilos de crianza
La clasificación original fue establecida por la psicóloga Diana Baumrind en los años 60 y ampliada posteriormente por Maccoby y Martin.
En base a esa descripción, Bellota explica que la personalidad de los padres y cómo fueron criados "influye muchísimo en el estilo de crianza que después adoptan". Estos son los cuatro estilos principales:
1. Padres autoritarios
Los padres autoritarios se caracterizan por el control rígido y las reglas estrictas. La obediencia es la máxima prioridad, los castigos son habituales y la comunicación con el niño es mínima.
En diálogo con Clarín, Bellota subraya que este estilo no se relaciona con la construcción de la autoridad, sino con la rigidez. Son padres "exigentes, rígidos, con poco afecto y poco tiempo de calidad" que esperan que el niño no cuestione.
Consecuencias de ser un padre rígido. Desde la perspectiva de la psicóloga, este modelo puede generar hijos muy cumplidores, pero con efectos negativos como "baja autoestima, miedo al error y mucha ansiedad".
2. Padres democráticos o autoritativos
Este es considerado el estilo más equilibrado y saludable. Combina la calidez con la exigencia, estableciendo reglas claras mientras se fomenta activamente el diálogo. Escuchan y acompañan el desarrollo emocional de sus hijos, manteniendo la firmeza.
Bellota los describe como padres "con alto control, pero que contienen más".
Practican una "crianza respetuosa" y están informados y son receptivos a las necesidades del niño.
Consecuencias de ser un padre democrático. Los hijos de padres democráticos suelen desarrollar buena autoestima, habilidades sociales sólidas y vínculos afectivos más saludables, destaca la psicóloga.
3. Padres permisivos
En este estilo, el afecto predomina sobre la disciplina. Los padres evitan los conflictos, son excesivamente tolerantes y tienden a sobreexplicar en lugar de establecer límites firmes.
Bellota señala que son padres muy afectuosos "con pocas normas" que a menudo evitan poner límites por "miedo a que el hijo se enoje con ellos".
Consecuencias de ser un padre permisivo. Los niños se sienten queridos y con buena autoestima, pero pueden desarrollar "problemas de autorregulación emocional, baja tolerancia a la frustración y dificultades para aceptar una figura de autoridad".
4. Padres negligentes
Este modelo se ubica en el extremo opuesto, mostrando poca calidez y escasa exigencia.
Estos padres suelen estar absorbidos por problemas personales, de salud o laborales, lo que se traduce en una falta de presencia tanto emocional como física, destaca la psicóloga.
La especialista advierte que a menudo se trata de adultos con una "estructura psíquica no saludable," que pueden presentar depresión, adicciones o trastornos de personalidad.
Consecuencias de ser un padre negligente. La distancia y la desatención a las necesidades básicas tienen un impacto directo en el desarrollo emocional, generando "apego inseguro, baja autoestima y dificultades para construir relaciones sociales".
Equilibrio y reparación, la clave
Bellota propone que la clave de una crianza saludable reside en equilibrar afecto y límites.
La experta insiste en que no estamos atrapados en una categoría. Si un padre detecta señales de alarma (como baja autoestima, aislamiento social o agresividad en el hijo), es posible cambiar el estilo de crianza, aunque es un proceso que requiere tiempo y ayuda profesional.
Además, Bellota enfatiza la importancia de la reparación: "Todos los padres podemos fallar, pero tiene un impacto positivo cuando reparamos y pedimos disculpas".
Este acto enseña a los hijos a reconocer sus propios errores, incorporando este valor fundamental.





