El acoso y la violencia entre pares representan una de las problemáticas más urgentes en el ámbito educativo y familiar de Argentina.
- Bullying y ciberbullying: los puntos en común
- Bullying y ciberbullying: en qué se diferencian
- Amplificación del daño y “huella digital”
- Cómo varía el perfil del agresor
- Intervención adulta: la clave para la solución
Las estadísticas son alarmantes: siete de cada diez niños sufren a diario algún tipo de acoso o ciberacoso a nivel global, y Argentina se posiciona como el quinto país con mayor cantidad de casos, reportando 50.250 casos anuales, según datos de la ONG Bullying Sin Fronteras.
El crecimiento explosivo de la violencia se manifiesta en dos escenarios: el entorno escolar tradicional y los espacios digitales.
Si bien el acoso escolar (bullying) y el hostigamiento cibernético (ciberbullying) son manifestaciones emergentes de la violencia y la vulneración de derechos de los niños, niñas y adolescentes, sus mecánicas, perfiles de agresores y el impacto que generan presentan marcadas diferencias que la comunidad educativa debe comprender.
Bullying y ciberbullying: los puntos en común
Tanto el bullying como el ciberbullying son definidos por Unicef y la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) como situaciones de violencia entre pares que consisten en conductas de hostigamiento, agresiones o intimidaciones.
Se trata de un fenómeno de maltrato grupal, intencional y persistente, dirigido hacia uno o varios compañeros de manera sistemática.
En ambas modalidades, participan diversos roles: la víctima, el acosador y los testigos u observadores, quienes pueden actuar como alentadores del maltrato.
Además, ambas situaciones generan graves consecuencias a corto y largo plazo en todos los involucrados, incluyendo problemas de salud mental como estrés crónico, ansiedad y depresión.
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Bullying y ciberbullying: en qué se diferencian
Aunque comparten la intención de dañar, la diferencia principal reside en el contexto y la herramienta utilizada.
El acoso escolar (bullying) es presencial y requiere la presencia física de personas para que suceda, generalmente en un entorno grupal como la escuela o un club deportivo.
En contraste, el ciberbullying utiliza tecnologías de la información y comunicación (TICs), como redes sociales, aplicaciones de mensajería (WhatsApp) o juegos en línea. La gran preocupación del hostigamiento online es que se produce a toda hora y no tiene pausa para la víctima, lo que amplifica sus efectos negativos.
Amplificación del daño y “huella digital”
Una diferencia crucial destacada por la SAP y por Unicef es la velocidad e intrusión con la que los mensajes agresivos llegan a su destinatario en el ciberbullying.
Pueden ser enviados a cualquier hora y desde cualquier sitio.
Además, el entorno virtual le otorga al agresor un factor extremadamente importante: el anonimato (a través de nicknames o perfiles falsos).
El agresor tiene, además, una dificultad mayor para prestar atención a la real dimensión del daño debido a la inexistencia física de contacto con la víctima.
La consecuencia más perdurable del acoso digital es la "huella digital".
Estos contenidos malintencionados permanecen en el ciberespacio, volviéndose un sello que perdurará en la reputación online de la víctima en el presente y en el futuro, y que difícilmente puede ser borrado o eliminado.
Cómo varía el perfil del agresor
El perfil del agresor también varía:
- Acosador tradicional (Bullying): Suele ser más detectable, a menudo exhibe violencia, responde mal a las consignas de los adultos y puede tener bajo rendimiento escolar.
- Ciberacosador (Ciberbullying): Suele tener un perfil diferente; puede ser más astuto, a menudo no tiene problemas con la autoridad ni con los adultos, y en términos generales, puede ser un buen alumno. Estos hechos suelen ocurrir fuera del ámbito escolar.
El ciberbullying puede manifestarse de distintas formas, según distingue Unicef:
- Acoso: Mediante imágenes o videos denigrantes, o humillación en juegos online.
- Exclusión: Dejar fuera de grupos, chats o foros.
- Manipulación: Uso de información o contenido hallado en internet o redes sociales para obtener un beneficio bajo amenaza de divulgación.
Intervención adulta: la clave para la solución
Tanto el bullying como el ciberbullying requieren urgentemente la intervención de las personas adultas.
Los niños, niñas y adolescentes que sufren estas agresiones suelen ocultar su padecimiento por vergüenza o miedo.
La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) insiste en que los adultos tienen la responsabilidad de no admitir ni avalar ningún tipo de situación violenta.
Para combatir el ciberbullying, es fundamental escuchar a la víctima, no minimizar la situación, y utilizar las herramientas disponibles en las plataformas digitales para reportar o bloquear al agresor.
En Argentina, existen recursos de apoyo como la línea telefónica 0800-222-1197 de Convivencia escolar, y la Línea 102, un servicio gratuito y confidencial que ofrece escucha y contención ante la vulneración de derechos.
La intervención integral con todos los involucrados —víctimas, agresores, testigos, docentes y padres— es esencial para lograr cambios persistentes en la convivencia escolar y digital.





