La psicopedagoga Mariana Savid Saravia alerta sobre el impacto de las apuestas online en adolescentes y denuncia la demora del Senado en tratar una ley clave para frenar una adicción que crece sin control.
POR: Mariana Savid Saravia
Psicopedagoga
Hay silencios que gritan. Hay demoras que condenan. Mientras el Senado de la Nación posterga el tratamiento del proyecto de ley que regula las apuestas online, cada minuto que pasa significa más adolescentes enganchados a la ruleta digital, más familias desesperadas y más publicidad que normaliza lo que debería alarmarnos.
El vocero del Obispo Rossi en Córdoba lo dijo con crudeza pero con verdad: “el punto central es si existe voluntad política para poner límite a esta peste”. La palabra no es casual: peste.
Porque se propaga veloz, silenciosa, y deja secuelas profundas. Y la pregunta que flota en el aire es incómoda pero necesaria: ¿qué pesa más, la protección de nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes o los intereses de una industria millonaria?

Las consecuencias de la demora tienen rostro
Mientras los senadores aguardan, las plataformas de apuestas no descansan. Capturan a niños y adolescentes con técnicas perversas: bonos de bienvenida, influencers que banalizan el riesgo, y la ilusión de que el dinero fácil es un destino. Detrás de cada “oferta especial” hay un menor que confunde el azar con el mérito, la suerte con el esfuerzo.
Como psicopedagoga y especialista en educar en ciudadanía digital, he visto el daño de cerca: chicos que pasan de apostar $100 pesos a deber $800.000, adolescentes que ven en las apuestas una salida a la frustración, familias que descubren demasiado tarde que su hijo está en un pozo del que es difícil salir. No es juego, es adicción. No es entretenimiento, es explotación.
Un proyecto clave, varado en la antesala del debate
La Cámara de Diputados ya dio un paso al aprobar una ley que establece controles concretos: prohibición de publicidad, verificación biométrica, bloqueo de plataformas ilegales y restricciones a los pagos. Pero ese avance está frenado en el Senado. Y cada día de espera es una oportunidad para que la industria siga expandiéndose.
El proyecto no pide nada extraordinario: solo lo que cualquier sociedad responsable debería exigir.
- Prohibir el acceso de menores de edad, con verificaciones de edad reales, no simuladas.
- Restringir la publicidad agresiva que usa el deporte como carnada.
- Detener el otorgamiento de licencias hasta demostrar protección efectiva.
- Bloquear sitios ilegales con mecanismos ágiles.
Nada de esto es radical. Es sentido común. Es protección básica.
La pregunta que duele: ¿qué están priorizando?
Cuando una ley de estas características duerme en un cajón, uno no puede evitar preguntarse: ¿dónde están las prioridades? ¿Qué argumento puede justificar poner en riesgo a toda una generación? Las industrias de las apuestas mueven millones, pero el costo social es incalculable: jóvenes que abandonan sus estudios, depresión, endeudamiento y, en los casos más extremos, suicidios.
El deporte, que debería ser sinónimo de disciplina y trabajo en equipo, hoy es rehén de una lógica perversa. ¿Qué mensaje les damos a los niños ya dolescentes cuando sus ídolos visten camisetas patrocinadas por casas de apuestas? Les estamos diciendo que el éxito no se construye, se apuesta.
Señores senadores, no se trata de ideologías. Se trata de humanidad. De responsabilidad. El proyecto está listo, las herramientas existen, la sociedad lo pide a gritos. No esperen a que el daño sea irreversible. No permitan que la historia los recuerde como aquellos que, pudiendo actuar, eligieron mirar para otro lado.
Como bien lo expresó el padre Munir Bracco, el tema de fondo es la voluntad política. Y hoy, esa voluntad se mide en hechos, no en discursos.
Es hora de elegir: o protegen a los chicos o protegen a los lobbies. No hay punto medio.
Que esta ley no sea otra víctima de la burocracia. Que su tratamiento no se caiga. La sociedad está mirando, y esta deuda, tarde o temprano, se cobra.
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