Un estudio internacional llevado a cabo en Austria revela que una porción significativa de los niños en edad preescolar necesita terapia motora sin que sus familias sospechen la existencia de un déficit. La clave para la detección temprana reside en protocolos de cribado en las aulas de Educación Infantil.
- El dato que llamó la atención de los investigadores
- La escuela, un espacio clave para la detección
- Consejos prácticos para padres y educadores
En las aulas de educación infantil y en los patios de recreo, es común observar a niños y niñas que tropiezan con cierta frecuencia, que tienen dificultades para atrapar una pelota, que les cuesta abrocharse el abrigo o que se frustran al intentar recortar con tijeras.
Estos gestos, a menudo considerados parte del desarrollo normal, pueden ser señales de una dificultad motora que está pasando inadvertida tanto para las familias como para el profesorado.
Una nueva investigación, publicada en JAMA Network Open, pone de relieve esta realidad preocupante: la mayoría de los padres no percibe estas señales, lo que termina retrasando la intervención necesaria.
El dato que llamó la atención de los investigadores
El trabajo, liderado por investigadores de la Universidad de Ciencias Aplicadas del Tirol (Austria), examinó a 754 niños y niñas de entre 4 y 6 años.
Se utilizó la prueba estandarizada MobiScreen 4-6 para evaluar la motricidad fina y gruesa, incluyendo habilidades como el equilibrio y la coordinación ojo-mano.
Los resultados fueron reveladores y deben servir como llamado de atención para la comunidad educativa y los padres:
- El 4,4% de los niños evaluados necesitaba terapia motora.
- El 2,1% adicional presentaba un desarrollo motor crítico.
Lo más llamativo fue la conclusión sobre los adultos: ninguno de los padres de estos niños y niñas había manifestado preocupación sobre la coordinación o el movimiento de su hijo en los cuestionarios previos.
Esto subraya la necesidad de que los sistemas preventivos actuales sean revisados y de que se implanten cribados sistemáticos en la etapa infantil para detectar estos casos a tiempo.
La escuela, un espacio clave para la detección
La investigación permitió además detectar el papel fundamental de los centros educativos.
Los entornos escolares, al contar con la formación adecuada y las herramientas de observación, se convierten en espacios clave para identificar y acompañar estos procesos.
Las maestras, con su visión especializada, suelen detectar antes que las familias ciertos desajustes en el desarrollo motor: dificultades para sujetar el lápiz, encajar piezas o seguir el ritmo de los juegos físicos.
Sin embargo, la falta de protocolos claros permitió que muchas de estas señales queden sin un seguimiento profesional.
El desarrollo motor no es solo una cuestión física; está íntimamente vinculado al aprendizaje cognitivo y emocional.
Las actividades de moverse, manipular, saltar o dibujar son el medio principal a través del cual el niño consolida su desarrollo neurológico y comprende el mundo.
Por lo tanto, no detectar a tiempo un problema motor no solo retrasa la adquisición de habilidades, sino que puede tener consecuencias directas en la autoestima, el aprendizaje y la participación activa en el aula.
Consejos prácticos para padres y educadores
El estudio propone implementar cribados sencillos en las aulas de infantil, un sistema de dos etapas que permite derivar a los niños y niñas que lo necesiten hacia profesionales especializados, como psicomotricistas o fisioterapeutas pediátricos.
Para los educadores, esto implica:
- Integrar la observación motriz: Las habilidades motoras finas y gruesas deben formar parte de las evaluaciones de desarrollo, de forma similar a como se registran avances en lenguaje o socialización, viéndolas como instrumentos de acompañamiento.
- Fomentar la psicomotricidad: Priorizar en el aula el juego libre, las rutinas de movimiento y los espacios de psicomotricidad infantil, ya que son esenciales para el desarrollo neurológico.
Para las familias, la clave es la observación atenta:
- Prestar atención a gestos cotidianos: Observar cómo tu hijo sostiene un lápiz, si evita juegos que requieren trepar o correr, o si la dificultad para abrocharse la chaqueta persiste y no mejora con el tiempo.
- Ante todo: no Alarmarse, sino consultar: Estos indicadores no deben generar alarma inmediata, pero sí son una invitación a consultar con el pediatra o la maestra si persisten o se prolongan a medida que el niño crece.
En definitiva, la detección temprana es crucial, ya que puede mejorar el acceso a la intervención y los resultados a largo plazo para los niños.
La Educación Infantil tiene la oportunidad única de ser el primer lugar donde estas señales se vean, se comprendan y se atiendan, favoreciendo la autonomía y la confianza del niño en su entorno.





